Testimonios

“Cada uno de ellos es Jesús disfrazado”

Para los que no me conozcan, me llamo Marta, tengo 22 años y he tenido la oportunidad de peregrinar a Lourdes durante 5 días, del 12 al 16 de octubre. Ha sido mi primera peregrinación con la Hospitalidad de Madrid y lo definiría como un auténtico regalo del Cielo.

Cuando me enteré que nos había tocado Gema en la habitación, me dio un vértigo de morir, no voy a mentir. Gema no habla apenas, no puede tragar líquidos y es dependiente al 100% para todas las tareas cotidianas.

Estoy acostumbrada al contacto con enfermos porque tengo la inmensa suerte (aunque pueda sonar raro) de tener un hermano con parálisis cerebral. Se llama Manu y tiene 20 años. Es el tío más alegre, vacilón y simpático que conozco.

Podríamos decir que vivo en un Lourdes constante, aunque a menor escala y cayendo con gran frecuencia en la mediocridad de la rutina. No había tenido apenas contacto con Gema durante el viaje y el primero que tuvimos fue al llegar a Lourdes. Hablando sin tapujos, me daba miedo no dar la talla. No saber entenderla o hacerlo mal. Que ella no estuviese a gusto.

Me frustré porque sentía que con Gema no iba a exprimir mi esencia al 100%. Me gusta mucho hablar y escuchar las batallitas que nos cuentan los peregrinos. Me
gusta vacilarles (como a Dioni) y me gusta mucho reírme con ellos. El primer día, sin haber tenido contacto apenas, fue un poco frustrante sentir que estas
capacidades no las iba a poder exprimir al 100%, pero qué equivocada estaba.

Una vez más, me di cuenta de mi pequeñez. Aquí es cuando decidí ir a la gruta. Soy muy devota a la Virgen y desde hace muchos años, le pido que me eduque y que me asemeje a Ella. Le pido que me ayude a ser como Ella con mi familia, con mis amigos, en mi rutina, con las personas que me cruzo durante el día, el que me sirve el café o el que me deja pasar. Que me eduque a ser como ella para mi futuro marido y mi futura familia (si así está en sus planes).

Lo que más le había pedido para esta peregrinación es que fuese ella quien actuase en mí. Yo solo quería ser su instrumento, porque si consideraba mis fuerzas, iba a ser un auténtico desastre.

Llevaba 15 días durmiendo fatal, me despertaba mínimo 3 veces por noche, así que venía con un buen cansancio acumulado. Le pedí que usase mis manos, mi
boca, mi habla y mis piernas. Que me pusiese ahí donde más se necesitase y que me enseñase a ser como Ella: Toda Alma, Toda Entrega y Toda Pureza. Esta
jaculatoria me la repetía cada vez que entraba a ver a Gema o cuando iba a hablar con cualquier otro peregrino, cuando tenía que cambiar el pañal o cuando
sonaba el despertador por las mañanas (además de unos cuantos gruñidos, por supuesto).

Con esta primera frustración que sentí, y después de ir a la gruta y confesarme, comprendí dos cosas. La primera, que no soy nada. Que soy como el burro que carga a Jesús el domingo de Ramos. Todos aplaudiendo a Jesús y el burro, inútilmente, creyéndose que le aplaudían a él. Cuando en verdad, es un simple burro que lleva en su lomo a lo más grande. Lo pequeña que soy y lo que necesito al de Arriba. Pero también, que Jesús nos necesita. Jesús necesitó al burro para llevarle. Le había pedido a la Mater (así llamo yo a la Virgen) que me pusiese dónde más se necesitase, y está claro que en esta peregrinación, entre otras cosas, era con Gema.

La segunda cosa que entendí es que yo no venía a esta peregrinación a servir a enfermos, sino a servir a Dios. Tenía claro que yo también peregrinaba y que
venía a servir pero me bailaba el comprender a ¿quién sirvo yo?. A Dios. Y es aquí cuando me vino a la mente una frase de Santa Madre Teresa de Calcuta, “Cada
uno de ellos es Jesús disfrazado” y el sacerdote, me lo confirmó contándome este pasaje del Evangelio.

“Mt 25,31-46: Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis,
enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.” Los justos, preguntaron: Señor, ¿cuando te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.”

Después de una mala tarde para Gema, conseguimos entender que le dolía el pie, así que avisamos a la enfermera y nos quedamos en la habitación. Había
testimonios en el comedor. Estábamos al lado escuchándolos y atentas por si Gema necesitaba algo. De repente Gema nos llamó y al entrar en su cuarto
estaba mi tío Diego, mirándola a los ojos y acariciando la cara. Gema se calmó y le dije a tío Diego que me quedaba yo con ella, y aquí es cuando, llorando Gema,
pude ver a Jesús en ella. Lágrimas en mis ojos de entender lo equivocada que estaba pensando que no estaba exprimiendo la esencia de Marta al 100%. Una
vez más me repetí: qué pequeña eres y qué poco entiendes.

Aún me emociono cuando pienso en el momento en el que consolando a Gema, me repetí esta frase de “cada uno de ellos es Jesús disfrazado” y me vi a mí, el
mayor desastre de este planeta, consolando al mismísimo Jesús. Se me caían las lágrimas no porque Gema llorase, sino por lo afortunada que me sentía en algo
tan simple.

Mirándonos a los ojos, arrodillada ante su cama, acariciándole el moflete, y dándole la mano. Miraba a Gema y solo veía a Jesús. Me dije otra vez mi jaculatoria de “Toda Alma, Toda Entrega y Toda Pureza” y le pedí a la Mater que actuase ella en mí en estos instantes. Me vino a la mente cuando María consolaba a Jesús a los pies de su cruz. Ahí estaba yo, una niña de 22 años, estudiante, desastre completo, pecadora como la que más, soberbia como la que más, y estaba teniendo el REGALO de acompañar a Jesús en su cruz tal y como María lo hizo. En el dolor.

Me di cuenta de lo feliz que era y del sentido de la peregrinación para mí. Gema me ha ayudado a recordarme el sentido de todo, que no estoy aquí para hacer
nada por mí misma, sino para dejar que Ellos hagan. Que esta vida es pasajera y que estoy aquí para ganarme la siguiente. Que hay que amar hasta que duela,
porque así lo hizo Jesús: el mayor Amor también conllevó el mayor sufrimiento: la muerte en la cruz.

Dar gracias por la vida que tenemos, por poder ponernos los zapatos, cortarnos el filete o poder decir sin angustiarnos que tenemos hambre.
Me ha servido para recordarme lo que he vivido cada vez que me voy de misiones: que dando es como recibimos y Jesús no ha venido a ser servido sino a
servir.

Durante estos cinco días, mi peregrinación ha ido cobrando sentido a la vez que he ido entendiendo más a Gema. Conseguir calmarla, conseguir que se ría,
entender lo que nos decía, que nos diese un beso o que me diga te quiero mucho. Que buscase mi mirada. Ver como un abrazo, mirarla a los ojos y
acariciarle y decirle “estoy aquí, ¿qué necesitas?” le tranquilizaba. Ser instrumento Suyo.

Aunque la mayoría del texto hablo de Gema porque es con la que más he estado, también me llevo mucho del resto de peregrinos, tanto de los que venían como
“enfermos” como los que veníamos de hospitalarios (que aunque nuestra enfermedad no sea física y aparente: todos tenemos alguna enfermedad. Del alma, soberbia, envidia…).

Gracias a los de Arriba por cada peregrino: La alegría de Dioni que me recuerda que hay que ser como niños. 48 años de edad, 60 años viniendo a Lourdes. El
miembro del FBI más cualificado de todo Lourdes. María, Andrés, Gema, Carmen, Magdalena, José Luis y sus pitillos, Antonio, Ángel Luis y su amor por las
compras, Jesús, Sonia, Anabel, los Dalton y por enseñarme que “Cada uno de ellos, es Jesús disfrazado”.

17 de Octubre 2022

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